El duende: Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica
Espíritu oculto de la dolorida España. El que está en la piel del toro extendida entre los Júcar, Guadalete, Sil o Pisuerga
El duende del que hablo es oscuro y estremecido. Para buscarlo no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún. El duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. El duende sube por dentro desde la planta de los pies. No es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
- Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. El duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo. Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.
El duende…
¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
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